Una luna llena me miraba desde lo más
alto del cielo. ¿Cómo puede ser tan bonita? Me pregunto una y otra vez. Allí
arriba, muy redonda y blanca, es capaz de ver todo lo que se proponga. Aunque
Madrid solo nos deje ver algunas estrellas por su gran foco de luz, por suerte
tú has conseguido sobrevivir en la mínima oscuridad. Yo como siempre
abstrayéndome de la realidad. ¡Despierta! Como siga mirando a la luna así no me
dará tiempo a terminar el trabajo que tengo que entregar la semana que viene.
Bienvenida a la realidad y procura no volver a irte tan lejos. En seguida me
puse con el ordenador a escribir y escribir. “Clac” “Clac” “Clac” sonaba el
teclado. 221, 222, 223 palabras y subiendo. Mis ojos dieron la señal de alarma:
era la hora de irse a la cama. Contemple una vez más la luna y me fui a la
cama. Buenas noches.
A la mañana siguiente, me desperté con
los rayos de luz que entraban por mi ventana. Muy inteligente de mí había
dejado la persiana subida y estaba entrando toda la luz posible. Pero, ¿Había
dejado la ventana abierta? Seguramente
la luna me habría atontado demasiado. Me levanté a cerrar la ventana, pero no
podía. Algo estaba en el carril de la ventana que no me dejaba, ¿Qué era eso?
Me acerqué un poco más para poder cogerlo y pude comprobar que era una pequeña
roca. No tenía ningún sentido que eso estuviera allí, pero últimamente lo que
había pasado en mi vida no tenia mucha relación con la realidad. Finalmente, la
quité y me ordené volver rápidamente a la cama, me quedaban diez minutos más de
descanso. Pero cuando me giré vi algo que me quitó el sueño rápidamente. Una
flor amarilla estaba en el suelo de mi habitación. Una flor amarilla, igual que
la que llevaba mi querido niño perdido. Me acerqué, la recogí con todo el
cuidado del mundo y muy despacio la olí. Mientras disfrutaba del gran aroma de
la flor, pude ver algo más. Un collar de conchas estaba en el suelo a dos
metros. Un collar de conchas igual que el que llevaba uno de los niños
perdidos. Rápidamente lo cogí y miré hacia delante. En el pasillo había un
camino de cosas de los niños perdidos: una pluma, más conchas, aquella pulsera
hecha de ramas, hojas y más hojas…todas esas cosas que tenían un poquito de
cada uno. Recorrí todo el pasillo disfrutando de cada detalle, de cada objeto
y, por su puesto, de cada niño perdido. Cuando llegué al final, pude verlo con
total claridad. Allí estaba encima de la mesa, la famosa avellana de Peter. Su
forma de dar las gracias en forma de fruto seco. Después de tanto tiempo sin
saber de ellos, es la mejor forma de despedirse que podían haber hecho. Sabía
que era una despedida, que no volvería a verlos, aunque quizás algún día una
hoja, una flor o una concha apareciera en mi casa de forma inesperada. De esta
forma yo sabría que ellos de alguna forma siguen conmigo. Adiós Peter Pan.
Adiós niños perdidos. Gracias por regalarme está aventura.
Una vez más me despido de todos vosotros.
Mil y una avellanas para todos, porque habéis hecho que escribir sea un placer
para mí. Prometo que mi gran imaginación y mis ganas de ir a la segunda
estrella a la derecha y todo recto hacia el amanecer no desaparecerán nunca.
Una pequeña soñadora se despide, siempre con los labios pintados. Gracias Irune
por otro año y por dejarme escribir de nuevo.